martes, 19 de mayo de 2009

ELLOS Y LA CARTA


Ella siempre lo amó, desde que lo conoció a los quince años. De hecho él fue su primer amor y al cabo del tiempo descubriría que el único verdadero, auténtico amor. Amor platónico al principio y realizado en besos furtivos y caricias escondidas después. Nada de sexo, no era propio a esa edad en aquellos lejanos finales de los sesenta. Vivieron ese amor tan adolescentemente ingenuo y pleno al mismo tiempo solamente siete meses, de mayo a diciembre del sesenta y nueve. Demasiado poco tiempo para que durara tanto en su corazón, en su mente, en su conciencia diaria, nunca sabría por qué, quizás tenía alguna explicación psicológica, mística o simplemente personal. Lo cierto fue que ese amor duró en su alma cuarenta años. Pero volvamos al principio. En diciembre llegó la partida obligada de ella por razones de trabajo de su padre, nuevamente a la gran ciudad, a los viejos amigos, al antiguo colegio...que ya nada le importaba, porque sólo le importaba él, de quien se abrazó aquella noche como queriendo aferrarse a un presente que ella sabía, presentía que sería pasado en unos instantes y después de ello no habría futuro para ese amor tan profundo nacido en su corazón. Lloró literalmente todo el tiempo desde que conoció la noticia del traslado hasta que su madre debió arrancarla de los brazos de él, que tampoco quería dejar de abrazarla, sí, el amor era mutuo, en la adolescencia viven tanto la mujer como el hombre los amores más fuertes, más inolvidables, la adolescencia tiene la fuerza del huracán para sentir amor, es su tiempo y su espacio y separar a dos adolescentes que se aman puede ser lo peor que le suceda en la vida a esas dos personas, solo y sencillamente porque son adolescentes. En otras etapas de la vida las cosas son distintas, intervienen otros factores y la separación puede superarse. Pues a ellos les ocurrió a los dieciseis y dieciocho años respectivamente, ese hecho marcaría sus vidas. Su madre, un mujer inflexible, la arrancó de los brazos de él y ordenó al chofer que arrancara el auto, los jovencitos de aquella época aún hacían lo que sus padres ordenaban, aunque empezaba el cambio en este sentido, era muy pronto aún para una chiquilla sumisa y débil de carácter como ella. Feos tiempos aquellos para los jóvenes así, progresivamente estas costumbres cambiaron y más allá de las diversas situaciones que en la actualidad esto provoca para mal o para bien, hoy los padres son más abiertos y los adolescentes más libres. Los límites son necesarios, pero la imposición autoritaria es injusta. Si sus padres hubiesen pensado tan sólo un poco en ella, en su hija, en sus sueños, si hubieran tenido en cuenta ese amor aunque sea brevemente, amor jovencísimo pero genuino, lo demostró luego la vida, toda su existencia y su camino hubiese sido diferente y seguramente también su final. Durante un año, ella vivió sólo para esperar al cartero y únicamente sus cartas, la mantenían viva. Tenía diecisiete años y ya conocía el dolor de una pérdida, que sería la primera de una cadena casi sin fin. Ese mismo año, mientras enviaba cartas y recibía las de ella llenas de palabras de amor y de promesas y juramentos de fidelidad, él se debatía entre estas cartas y la instigación de sus amigos a olvidarla, según ellos ya estaba todo perdido, ella seguro ya lo había olvidado. Estas burlas y sus pocos años hicieron el resto, buscó nuevos encuentros femeninos y como es de imaginar lo encontró rápidamente. Al fin se olvidó de ella y encontró otro amor...o algo parecido, daba igual. Ella se enteró por una amiga común y conoció por vez primera el dolor de perder al ser que más amaba, el tiempo le traería otras pérdidas y sus consecuentes dolores mucho más lascerantes aún, muchísimo más. Quizás, ahora lo pensaba, todo esto no fue más que una preparación para poder sobrevivir después. Al fin el que ha sufrido sabe que el dolor hace más fuerte cada vez al ser humano, hasta que un día superados los límites la persona cae y termina definitivamente de alguna manera con su vida. No sólo el suicidio es ejemplo de esto, hay muchos que vagan por el mundo como vivos, pero están muertos en vida, son sólo pacientes cuerpos en una espera ansiosa por el final definitivo. A pesar de todo, ella esperaba, soñaba y se esperanzaba en soledad. Fantaseaba con un reencuentro acorde a tamaña expectativa y a este gran amor. Esta fantasía duro varios meses, un día intentó hacerla realidad, convenció a sus padres a volver a ver unos amigos al antiguo pueblo. Viajó con ellos, se encontró con él...pero nada fue como lo había imaginado, nada era igual, hasta le pareció extraño el lugar del que tantas vivencias guardaba en su memoria joven. Recordaba aquella canción que cuenta que cuando "... uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida, entonces comprende cómo están de ausentes las cosass queridas..." qué cierto era aquello, todo estaba ausente, sus amigos, la escuela, él estaba ausente, porque estaba pero era igual que no estar, porque tenía un nuevo amor y eso, bueno eso la lastimó más que nada ni nadie lo había hecho hasta ese momento en su vida. Pasaron dos años, no volvieron a verse, ella sólo soñaba con él y comenzaba al mismo tiempo una nueva vida, facultad, trabajo y su único hermano gravemente enfermo llenaban sus días. Cómo estaba él? Qué hacía con su vida? Quién podía saberlo. Ella, sólo por medio de una amiga se enteraba a veces de algunas cosas. Sabía que cursaba la carrera de arquitectura en su ciudad, que ya se había alejado de aquella nueva relación y que vivía en una pensión universitaria. Un día de ese año, ella se enferma, la internan, la visita la amiga común que lo sería de toda la vida al fin, le cuenta su pena de amor y su amiga le propone ayudarla, entrecruza direcciones y conecta nuevamente a los antiguos enamorados, que vuelven a escribirse, cartas por supuesto, en los setenta la gente aún se conectaba por este medio o el teléfono, pero ellos preferían las amorosas cartas dobladas de manera especial cuando eran entre enamorados, las largas cartas sobre todo de ella, verborrágica y expresiva como pocos. Al principio el trato era amistoso, hasta que un día pasados unos meses ya, sin saber cómo ni por qué se estaban declarando nuevamente su mutuo, antiguo y permanente amor, ninguno de los dos había dejado de hacerlo por el otro. Ninguno de los dos había olvidado al otro. Sus sentimientos seguían intactos. La vida volvió a todo su cuerpo. Su carita y sus ojitos de niña dulce se transformaron, su piel, su rostro, todos sus poros destellaban su amor. Ese sentimiento la embellecía y ella lo notaba y se desvivía porque él la viera así. La enfermedad de su hermano era la única nube que empañaba en parte el brillo de ese inmenso sol que reinaba en su vida, el del amor, de su amor, el único de su vida desde hacía ya cinco años. Tenía veinte años, estudiaba filosofía y trabajaba como empleada administrativa en una pequeña empresa, pero todavía no conocía el amor físico, la entrega sexual la reservaba para él. Ese era su sueño. Deseaba que él fuera el primero y su romanticismo la llevaba a pensar que sería el único y para siempre. Un mayo frío y lluvioso, un feriado largo se acercaba, ella ya era económicamente independiente de sus padres; él todavía no, estudiaba arquitectura y las clases teóricas sumadas a las largas horas en el taller no dejaban tiempo libre para trabajar, además su padre médico podía costearle los estudios, esto representaba una dependencia que a él le molestaba pero no tenía otra opción que aceptar la ayuda paterna hasta recibirse. Ella lo entendía por eso pensó en ofrecérselo a él. Viajar a su ciudad, a su capital de provincia, llegar el viernes a la mañana y quedarse con él hasta el domingo a la noche. El lunes ambos retomarían sus obligaciones habituales, pero, pensaba ella, con un paso distinto. Se habrían reecontrado al fin como los dos lo deseaban desde hacía ya mucho tiempo. Soñó tanto con esos tres días...imaginó todo, el lugar, el momento, la ropa que vestiría. Su imaginación volaba junto con su alma y su corazón que palpitaban el reencuentro tan ansiado, tan esperado, tan soñado. Las cartas de él llegaban semanalmente contando sus avatares universitarios, las noches sin dormir haciendo proyectos en sus planos, apoyado en su caballete muchas veces se quedaba dormido y mientras narraba sus días, intercalaba los "te quiero" como comas, como signos de puntuación y con el objeto de que no le faltaran, de que lo sintiera como si estuviera a su lado, ya que le faltaba su presencia y a él la de ella. Así eran sus cartas de dulces y expresivas. Le reiteraba continuamente su amor y su deseo de verla, de estar juntos, de amarse de una vez y para siempre. Ella no tenía ninguna duda, le contaría antes por carta su decisión de ir, solamente para que prepare todo lo que le sea necesario preparar anticipadamente y esto, a su entender, seguramente sería la mejor noticia que él podía haber recibido de ella. Ambos no solamente se amaban, se necesitaban mucho ya. Ella a sus veinte años recién cumplidos y a su dulzura natural, había que agregar los cambios sustanciales en toda su figura, se cuidaba mucho para estar bella para él y lo lograba. Es que el amor la ponía linda, lo hace con todas las personas, el amor embellece a la gente, la mirada tiene un brillo especial y la sonrisa acusa una felicidad interior que solamente los enamorados la tienen. Preparó con mucha anticipación ese viaje, para que todo saliera perfecto. Compró vestidos, lencería y calzados todos nuevos que realzaban su cuerpo joven y esbelto. También eligió un regalo para él, un cenicero para sus largas noches de café y cigarrillos frente al tablero del taller. Habló con sus padres, decidió comunicarles su decisión, el pedido de permiso le parecía innecesario, se sentía independiente ya y además interiormente les recriminaba esa separación intempestiva de él y ese regreso a la ciudad de la cual no había sido ni siquiera consultada. Deseaba mucho irse de su casa, hasta hacía planes a largo plazo que pensaba compartir con él cuando estuviesen juntos y no dudaba de que él aceptaría su ofrecimiento. Tanto lo amaba. Le escribió quince días antes de la fecha prevista para el viaje, para darle tiempo a organizar sus cosas, sus obligaciones, sus días libres. Le contó en esa carta su intención de viajar y todos sus preparativos y sueños. A la semana siguiente, como todos los martes, recibió correspondencia, llegaba su carta. Sus manos temblaban más que nunca imaginando sus palabras: "Sí, mi amor, te espero ansioso", o quizás le diría: "sólo decime fecha y hora de llegada, yo tendré todo preparado para esperarte amor mío y no te olvides de decirme la compañía de micros en que viajarás." Ella pensó también en alquilar una habitación en la misma pensión estudiantil que él vivía, era mixta, y ella también era estudiante al fin y al cabo; y la piel se le erizaba al imaginarlo caminando en las noches a hurtadillas para no hacer ruido, hacia su cuarto. Imaginó todo, cada detalle de ese viaje y cada uno de estos sueños se agolpaban en su mente todos juntos, mientras trataba de abrir el sobre sin romper su contenido. Imaginó , proyectó y soñó tanto que su ansiedad era extrema, una sonrisa se dibujaba enorme en su boca, la que conforme iba leyendo su carta, mudaba lentamente a mueca deteniéndose en la expresión misma del dolor, uno a uno, lentamente iban destruyéndose sus sueños, cada renglón era una copa de cristal que caía al vacío y se rompía con tristísima pena, cada frase era una flor arrojada a un oscuro y hondo pozo, frío y sombrío donde ella también, simultáneamente caía vertiginosamente. Al terminar de leerla, cerró los ojos, no quería llorar, no quería ver dónde estaba, no quería creer que esa respuesta era real...no quería seguir viviendo. Todos sus sueños yacían en pedazos dispersos por el suelo negro y húmedo del profundo pozo de tristeza, dolor, desconsuelo y decepción que sentía muy dentro de sí. La desolación era infinita. El, en pocas palabras le decía que no podría recibirla, que se le complicaba porque justamente tenía previsto un viaje ese fin de semana al pueblo donde se conocieron. Supuestamente la intención era comprar ropa para el casamiento de un amigo que se realizaba al mes siguiente y del cual él sería uno de los testigos. Le decía que lo dejaran para el próximo feriado. Sí, ella se hizo las mismas preguntas, "¿no puede ir otro día? ¿es más importante esa compra que vivir nuestro amor finalmente realizado en cuerpo y alma? o...quizás...sí...seguramente ¡hay otra mujer!" y todas sus promesas fueron una mentira y todo este amor expresado en cartas fueron solo un juego en el que ella cayó inocentemente por estar enamorada. No podía analizar nada fríamente, su desconsuelo era tal que sólo pensamientos negativos brotaban despidados de su mente, no, no existía ya posibilidad alguna, no había retorno para esta situacioón a su entender primero y definitivo. ¡Cuántas veces se arrepentiría después de esa decisión tan apresurada! Pero somos esclavos de nuestras decisiones y armamos nuestras vidas en su mayoría por ellas, por eso luego de entender esto ya nunca más culpó al destino. Por supuessto que ella nunca más le escribió. El sí, ante la ausencia de sus cartas y de su respuesta a la última atinó un intento de nueva explicación y reclamo de razones de falta de comunicación por parte de ella. Ella terminó la relación con una carta tajante donde le explicaba todo lo que sentía, todo su desencanto, toda su decepción. Se despedía de él. Daba por terminada esa relación, aunque aún lo amaba y lo haría como lo había imaginado de muy chica, para siempre. Luego de esta última carta ella lloró nuevamente, sin consuelo, como cuando su madre la arrancó de sus brazos, esta vez era otra persona, otros motivos, pero nuevamente la arrancaban de sus brazos. Esta vez el "duelo" duró varios meses. Luego, decidió buscar un nuevo amor, un reemplazo, un amor que le ayudara a olvidarlo y también que la hiciera mujer, ya no había por qué guardarse para él. Para qué? A él no le interesaba. Encontró ese amor, o enamoramiento mejor dicho, que efectivamente le hizo conocer el amor completamente y fue tan lejos en ello y era tanto su desconocimiento sobre el tema, que quedó embarazada. Ella no estaba enamorada, no quería un hijo, no se sentía preparada, estaba muerta de miedo, no podía ir con el tema a sus padres a ellos los absorvía la enfermedad de su hermano y el padre de su hijo, quizás por su inmadurez o quien sabe por qué, la dejó sola. Durante un mes vivió nuevamente una de las angustias más grandes de su vida, estuvo a punto varias veces de terminar abruptamente con todo, ella y ese hijo que llegaba sin ser llamado, recorría sola las calles de la gran ciudad, se sentaba en los bancos de las plazas a llorar, no sabía qué hacer, se sentía más sola que nunca en el mundo. Así, en estas circunstancias se le acercó un hombre, cinco años mayor, un compañero de trabajo que hacía tiempo la buscaba y se refugió en él. Le contó ya en el primer encuentro su situación y el consejo de él la convenció e hizo lo que después se arrepentiría toda la vida, se deshizo del hijo que llegaba sin ser buscado y se puso de novia con su compañero aunque no lo amaba, siempre supo que nunca lo amaría como a él, pero se sentía agradecida y ya no quería seguir esperándolo, él ya le había dado suficientes pruebas de su ausencia de sentimientos. Debía mirar al futuro y el futuro era este compañero devenido en novio por obra de la mutua atracción y el agradecimiento que ella tenía por él. Dos únicos ingredientes con los cuales es casi imposible construir una pareja y luego una familia. Pero lo hicieron...por lo menos unos años, no tan pocos como podría imaginarse. Estuvieron de novios casi tres años, se casaron. Ella vestía sencillamente, hacía seis meses había fallecido su querido hermano, no quería fiesta pero sí lo hizo frente al altar. Cuando abrieron las puertas de la iglesia y ella ingresaba del brazo de su padre, mirando fijamente la cruz que tenía enfrente, prometió a Dios olvidarse para siempre de él y vivir sólo para su esposo y la familia que estaba a punto de formar. Así lo hizo, aunque el amor era sólo un tibio cariño y al fin... una especie de costumbre. Tuvieron dos hijos que fueron la luz que alumbró la vida de ella, desdichada como mujer, pero felicísima como madre...hasta que una de esas luces se apagó tempranamente. Un accidente se llevó a su hijo mayor de apenas quince años. Este dolor infinito la acompañaría el resto de su vida, pero continuó a pesar de ello, con ayuda terapéutica, con una inmensa fe y sobre todo con un inconmensurable amor por su hija pequeña, salió del nuevo pozo al que había caído y no sólo crió a su chiquita sino que hasta terminó sus estudios de filosofía que había comenzado hacia ya muchos años y que estaba a punto de concluir cuando se fue su ángel. Terminó sus estudios universitarios a los 46 años, cuatro años después de que se fuera su hijo. Su marido decidió abandonar todo, a ella y a su hija, casi inmediatamente de que ella se recibiera. Se fue al interior y formó una nueva familia. Su nena sufriría muchísimo este alejamiento y ella se sintió desvalida, otra pérdida y van... Actualmente ella es una mujer madura, vive en la antigua casa familiar con su hija ya adulta, no volvió a formar pareja, vive de su magro sueldo de profesora universitaria y de sus recuerdos. La única que le saca una sonrisa es su hija que sigue siendo la luz de su vida, aunque cuando se vive con la mitad de la luz...implica vivir eternamente en penumbras. Vive casi recluída, su salud es muy vulnerable, sale lo menos posible de su casa, salvo para trabajar y de tanto en tanto...todavía murmura despacio su nombre, el de su único amor. El también se recibió, siguió soltero hasta pasados los cuarenta años, luego se casó conquien fuera su novia desde hacía nueve años, un embarazo imprevisto apuró el trámite. Hoy maduro también, tiene dos hijos adolescentes y un puesto importante en la compañía constructora en la que trabajó desde estudiante. Ella no sabe mucho de él, pero sabe que no está solo, consiguió un lugar en su profesión, tiene una familia y continúa con su pareja después de diecisiete años. Quizás alguna vez la recuerde, aunque ella piensa que solamente cuando se encuentra con algún antiguo amigo común del viejo pueblito de sus andanzas adolescentes. Ah! Lo olvidaba... su amigo, a quien él salió de testigo de casamiento y por quien no pudo rebirla aquel fin de semana, se casó en esa oportunidad tal cual él lo había contado y... se divorció al año siguiente.


Marcela Cortese Argentina contemporánea, del libro Cuentos cortos de historias de vida.

1 comentario:

  1. Hermoso el cuento! Paséa devolverte la visita, y me deleité con este texto que pusiste!
    Te dejo un abrazo!
    Mona

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