En medio de esta larga noche en que no me puedo dormir pensando en Cristina que mañana tiene que asumir de nuevo el gobierno y en cómo estará y conversando con mi hija que me cuenta anécdotas de las reuniones que tenía la juventud con Néstor y me cuenta cómo fueron sus últimos minutos, algo que se enteró no sé cómo y en medio de tanto dolor y angustia todavía, que seguramente durará un tiempo, decido buscar notas en los diarios sobre Néstor, porque quiero seguir publicando sobre él, sobre su vida, sobre su obra, siento que tengo que hacerlo, así siento menos su ausencia, porque lo hago presente, lo traigo a la memoria. Qué raro...sólo con mi hija mayor, la que partió jovencita me había pasado esto y me sigue pasando, esa necesidad constante de que la recuerden aunque sea leyendo lo que escribo sobre ella. Sé que la distancia es mucha entre la partida de mi hija y la de Néstor en mi corazón, de Néstor seguro me repondré, de Noelia no me repongo ya nunca más, pero me estoy yendo del tema y no es la intención.
Entonces entro a Página 12 a través de un enlace de facebook que nos cuenta el reintegro de Cristina mañana a sus funciones y aprovecho y le dejo un mensaje en el lugar que hay en youtube Casa Rosada y sigo, y sigo y encuentro este artículo de Feinmann y me pongo a leerlo y se me pone la piel de gallina, porque recuerdo todo lo que dice, porque me identifico con esa visión que él tuvo de ese Flaco, que yo como la maýoría no lo conocía y que recuerdo bien haber pensado: "O este es un bolú que nos termina de hundir o es un tapado que nos saca del pozo y nos salva del todo" y luego a medida que pasaba la ceremonia de asunción del mando y lo vi con ese saco desabrochado, esa banda que le quedaba torcida, a él riéndose porque no sabía cómo se tomaba el bastón de mando, ya me empezó a gustar, era desestructurado, tenía aspecto simpático y bonachón, repito, me empezaba a gustar...
Antes de entrar, ya habíamos tenido un vistazo de lo que sería, cuando dejó de lado totalmente el protocolo y se metió entre la gente a saludar, y dejó que lo abrazaran, lo besaran, lo despeinaran y hasta se lastimó con una cámara de fotos, pero igual siguió, la frente le sangraba pero él igual siguió saludando a todos y al fin volvió al auto y cuando asumió lo hizo con una curita en la frente "Presidente con curita" tituló un medio, sí así fue, pero no fue lo único distinto de este Presidente con curita. Pasó el tiempo y comenzamos a ver como esa altura física no era sólo física, que tenía altura moral, altura política, altura negociadora ... altura de Estadista y así fue como empecé a quererlo y a admirarlo cada vez más, ante cada decisión que tomaba, ante cada paso que daba y me demostraba que era de los nuestros, de los peronistas de izquierda, de mi generación, era un compañero de verdad, compañero de nuestros 30.000 y sí que era zurdo, como lo soy yo, peronista pero zurda, peronista de izquierda, aquella que un antiguo novio me hizo conocer a los veinte años y que mantuve hasta la actualidad y que con Néstor y Cristina está viendo su sueño cristalizado.
Hoy ya no está Néstor, mañana Cristina a cinco días de la muerte de su marido, de su compañero de militancia, de su conductor y de su amor de toda la vida debe volver a la Rosada sin poder tener ni una semana para llorar a gritos si quisiera sola en su casa, como necesitamos todos los mortales. Ella no, ella debe seguir enseguida, porque la maldad, la mediocridad y sobre todo la traición ocupa un espacio también en la Rosada, y ella no puede entregarle nunca su puesto porque ese tipo es un traidor, un ilegal, un "okupa", un funcionario que ha perdido legitimidad y vergüenza... pobres hijos... qué ejemplo... Hablo del vicepresidente Julio Cleto Cobos, como todos ya se imaginarán.
En definitiva, que encontré el artículo de Feinmann, que me emocionó y me dio lugar a todas estos recuerdos y que quiero compartirlo con todos ustedes porque realmente ... en este día...vale la pena. Aquí se los dejo, que lo disfruten y ojalá que sea con una sonrisa, ya es hora que empecemos a recordar a Néstor con alegría también, él se la merece, tenía un alma limpia y alegre, además de todas sus otras grandes virtudes. Ahora que lo pienso, me digo, este hombre nos dio tanto... que hasta humor nos dejó y me vienen a la mente tantos reportajes con Gonzalito de CQC, en fin, no sigo, quiero que lean el artículo. Un abrazo kirchnerista. Melan.
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La nota que se publica a continuación fue escrita a los diez días de la llegada de Néstor Kirchner al poder. A él lo emocionó mucho. Cristina Fernández, siempre que me ve, me la recuerda. Era la simple expresión de un tipo (de un ex militante intelectual de la “generación diezmada”) que expresaba su agrado por el modo en que el nuevo presidente había asumido. Yo no sabía nada de Néstor Kirchner. Con Cristina habíamos presentado el libro de Bonasso Diario de un clandestino. Me senté a su lado y sentí (lo juro) esa tensa pero agradable sensación que se posesiona de uno cuando está cerca de una mujer bonita. Para qué macanear. El miércoles cuando, pálida, con anteojos negros, erguida y digna en su dolor, se plantó ante el féretro de Kirchner la vi todavía más hermosa: parecía una troyana trágica, una figura extraída de Esquilo o de Sófocles.
Por José Pablo Feinmann
El Flaco se llama Néstor, como el Presidente. También podría decirse –sin faltar a la verdad– que el Flaco es el Presidente, porque el Flaco, desde el domingo 25 de mayo de 2003, es el Presidente de este país en que todos estamos y también él; nosotros como ciudadanos, él como Presidente. Pero cuando amaneció el 25 el Flaco todavía no era el Presidente. Le tenían que poner la banda, tenía que jurar, saludar a los granaderos, advertirles a los ministros que Dios y la Patria les iban a demandar algo que jamás le demandaron a nadie, así estamos. Entonces, volvemos: empieza el 25 y el Flaco todavía no es Presidente. Para colmo, le hicieron una trampa muy fea, tan fea como podía hacerla el Gran Tramposo, que se bajó del ballottage y lo bajó al Flaco del 70 por ciento al que, cómodo, llegaba. Porque el Flaco, además de Flaco, es alto, de modo que puede llegar al 70 por ciento y hubiera llegado si no fuera porque el Gran Tramposo, que, entre otras calamidades, es muy petiso, no se hubiera bajado, pero se bajó y no hay quién no sepa por qué, el Gran Tramposo se bajó porque cuando sus Amos le dicen “Suba”, él sube, y cuando le dicen “Baje”, él baja, y esta vez le tocó bajar. Tanto, que ya ni petiso es. Tanto, que lo enterraron. Porque de un petiso podrá decirse cualquier maldad menos una: que no ocupa algún espacio en la realidad, que un cacho del ser no le pertenece, por menguado que sea. Al Gran Tramposo, en cambio, nada, tanto lo bajaron que ya no se lo ve. Y creo que somos muchos los que queremos que siga así: ausente de la realidad durante algún tiempo. De aquí a la eternidad, digamos.
Volvemos al Flaco. Que, la sinceridad ante todo, no se había lucido durante la campaña electoral. Le decían mucho lo de Chirolita. Que Duhalde lo chiroleaba. Que era el Chirolita de Duhalde. Cosas así. Y el Flaco hablaba aquí, hablaba allá, hablaba donde podía, pero no lo escuchaban mucho. Para qué lo voy a escuchar al Flaco –pensaban todos–, si abre la boca y habla Duhalde, para eso lo escucho a Duhalde, que, por suerte, habla poco, ya que la juega de Prócer Prescindente o de Presidente en Tránsito. Y uno no escuchaba a nadie, ni a Duhalde ni al Flaco. Sin embargo, el Flaco lo necesitaba a Duhalde (y seguramente lo sigue necesitando, pero ésta es otra cuestión) porque el Gran Jefe Bonaerense tenía lo único que restaba de un país que se llamaba Argentina, tan hecho polvo, tan amainado que sólo le restaba un aparato, el duhaldista. Y ahí se montó el Flaco, ahí puso el pie, encontró un pedazo de la realidad. Lo menos que se le puede pedir a la realidad –se dijo– es que exista, y aquí ya no existe nada. Están los piqueteros y los asambleístas, de acuerdo. Pero los asambleístas existen porque les dejaron de existir los ahorros, no bien vuelvan los ahorros se van los asambleístas. Y los piqueteros existen pero como pura negación, existen como expulsión, marginación, desechos de un podrido sistema que no puede integrarlos. Hacen lo que pueden y lo hacen bien, pero yo, piensa el Flaco, quiero ser Presidente y ver si desde ahí puedo hacer algo por traerlos de nuevo a ese viejo y venerable circuito que ya no existe, el de la producción. De modo que el Flaco se pregunta qué tiene y tiene dos cosas: el frío patagónico y el aparato de Duhalde. Llega con esas dos cosas. Se banca lo de Chirolita y empuja. Por fin, gana. Pero por descarte. Gana porque el Otro, el Gran Embaucador, se va. O sea, el Flaco, que llegó como Chirolita, que llegó por medio de Otro, del Gran Caudillo Bonaerense, gana por defección de Otro, del Gran Embaucador. No soy yo, se dice. Soy un resultado. Llegué por Otro y gané por Otro. Llegué porque Otro me hizo llegar y gané porque Otro decidió perder. Entonces, en esta feroz encrucijada, el Flaco toma la decisión de su vida. Decide inventarse. Sabe, como el hombre sartreano, que es nada. Pero sabe que esa nada le abre el infinito, la tarea vertiginosa de ser sus posibilidades, de elegirse, de darse el ser. El Flaco, entonces, inventa al Flaco. (Que nadie crea, en este punto, que la referencia a la ontología de Sartre es casual, que surgió porque sí. No, el Flaco es sartreano. Lo es, ante todo, porque tiene que inventarse, elegir, y, eligiéndose, darse el ser. Y también es, el Flaco, sartreano, porque como el Gran Virola francés, el Flaco es el Gran Virola argentino. Se le pianta un ojo. El mismo que al autor de la Crítica de la razón dialéctica, el derecho. Suele creerse que esto es un defecto, una carencia. Pero no, el Virola ve más que el pobre tipo que tiene los dos ojos para el mismo lado. El Virola, con un ojo, ve el Todo. Y con el Otro ve lo que el Todo tiene al Costado. O sea, ve el Todo y su Costado. Que alguien diga si puede ver tanto. Privilegio de pocos ver todo eso, ver el Todo y el Costado. Privilegio de grandes. Como Sartre. Como el Flaco.)
¿En qué momento empieza a inventarse, a crearse, a darse el ser el Flaco? Cuando el Gran Embaucador renuncia. Ahí se pone frente a un micrófono y dice: “Sólo este rostro nos faltaba conocerle: el de la cobardía”. Caramba, qué frase. Algo así no sale del aparato duhaldista. Los aparatos dan muchas cosas. Poder, por ejemplo. Pero no inteligencia, que es, siempre, más que el poder, ya que es su creación y no su mera acumulación burocrática. Después el Flaco va al programa de la Señora que Almuerza. Y la Señora que Almuerza le dice eso tan feo, lo del zurdaje que se viene. Y el Flaco le dice “Señora, por esa frase, murieron treinta mil personas en este país”. Y todos empiezan a decir El Flaco es Zurdo, qué Zurdo es el Flaco, qué Zurdaje se viene, cuánta razón tiene la Señora. Pero el Flaco sigue. Es posible conjeturar, aquí, que el Flaco está acostumbrado a que le digan zurdo.
Ahora es el 25. Y el Flaco hizo venir a cada gente, vea. Gente que, pongamos por caso, si ganaba López Murphy, no venía. Pero ganó el Flaco y vinieron. Fidel, Chávez, Lula, un horror. Una verdadera acumulación de zurdaje. Pero el Flaco los quería tener porque es afecto a los buenos recuerdos y dijo, después, en el discurso, que tenía algunos, algunos buenos recuerdos, el de la plaza del 25 de mayo de 1973, por ejemplo, la de Cámpora, Allende y Dorticós. Y dijo pertenezco a una generación diezmada. Y ahí –los que todavía no se habían dado cuenta, se dieron cuenta para siempre– ¡el Flaco es un Flaco de la Jotapé! El Flaco es un Flaco del setenta. Un Flaco de la izquierda peronista. Y si no, vean esa foto que aparece en los diarios: el Flaco, más flaco que ahora, como declinando en una silla, los brazos cruzados, escucha a dos o tres barbudos, circa 1972, en Río Gallegos, y los dos o tres barbudos son la imagen de la “subversión”, son perucas de izquierda de los más bravos, y por ahí el único que queda de esa foto es el Flaco, que los mira y aprende, y cree que del peronismo puede salir algo así como el socialismo, mirá vos las cosas en que creía el Flaco, si habrá sido joven, si habrá sido gil, creer eso, creer eso en lo que creyó la generación más revolucionaria de la historia de este país, la más castigada, la diezmada, como dijo el Flaco. Creer eso, creer que de un movimiento político con un general nazi a su frente podía salir la lucha de clases y la liberación nacional. Pero hay que comprender: el Flaco, en esos años, no leía a Uki Goñi sino a Fanon, a Cooke, a Jauretche, a Hernández Arregui. Y hasta, me juego, el Flaco leía la revista Envido, la única revista teórica que hizo la izquierda peronista, escrita, desde adentro, por flacos de la misma edad que el flaco, que eran, en ese entonces, tan flacos como él, y tan jóvenes y tan apasionados. Que eran, sin más, la izquierda peronista. Reducida después –por el canallismo ideológico de tantos canallas– a la mera historia de los Montoneros, y luego a la mera historia de Firmenich y Galimberti. Y luego al desprestigio y a la despolitización. Porque todos lloran por los desaparecidos pero olvidan en qué creyeron y por qué.
Y por fin, el domingo, el Flaco gana por goleada. Se come la cancha. Se mete a la gente en el bolsillo. Se hace querer. Se crea sí mismo. Es un flaco como cualquier otro. Cruza hacia el Congreso. Un periodista lo hiere. El Flaco llega al Congreso medio ensangrentado. Jura. Juega con el bastón. Tiene el saco desabrochado. Y ahí está Lula. Y Castro. Y Chávez. Y el Flaco está feliz. Y con un ojo los mira a todos. Y con el otro, con el sartreano, de costadito la mira a Cristina.
Volvemos al Flaco. Que, la sinceridad ante todo, no se había lucido durante la campaña electoral. Le decían mucho lo de Chirolita. Que Duhalde lo chiroleaba. Que era el Chirolita de Duhalde. Cosas así. Y el Flaco hablaba aquí, hablaba allá, hablaba donde podía, pero no lo escuchaban mucho. Para qué lo voy a escuchar al Flaco –pensaban todos–, si abre la boca y habla Duhalde, para eso lo escucho a Duhalde, que, por suerte, habla poco, ya que la juega de Prócer Prescindente o de Presidente en Tránsito. Y uno no escuchaba a nadie, ni a Duhalde ni al Flaco. Sin embargo, el Flaco lo necesitaba a Duhalde (y seguramente lo sigue necesitando, pero ésta es otra cuestión) porque el Gran Jefe Bonaerense tenía lo único que restaba de un país que se llamaba Argentina, tan hecho polvo, tan amainado que sólo le restaba un aparato, el duhaldista. Y ahí se montó el Flaco, ahí puso el pie, encontró un pedazo de la realidad. Lo menos que se le puede pedir a la realidad –se dijo– es que exista, y aquí ya no existe nada. Están los piqueteros y los asambleístas, de acuerdo. Pero los asambleístas existen porque les dejaron de existir los ahorros, no bien vuelvan los ahorros se van los asambleístas. Y los piqueteros existen pero como pura negación, existen como expulsión, marginación, desechos de un podrido sistema que no puede integrarlos. Hacen lo que pueden y lo hacen bien, pero yo, piensa el Flaco, quiero ser Presidente y ver si desde ahí puedo hacer algo por traerlos de nuevo a ese viejo y venerable circuito que ya no existe, el de la producción. De modo que el Flaco se pregunta qué tiene y tiene dos cosas: el frío patagónico y el aparato de Duhalde. Llega con esas dos cosas. Se banca lo de Chirolita y empuja. Por fin, gana. Pero por descarte. Gana porque el Otro, el Gran Embaucador, se va. O sea, el Flaco, que llegó como Chirolita, que llegó por medio de Otro, del Gran Caudillo Bonaerense, gana por defección de Otro, del Gran Embaucador. No soy yo, se dice. Soy un resultado. Llegué por Otro y gané por Otro. Llegué porque Otro me hizo llegar y gané porque Otro decidió perder. Entonces, en esta feroz encrucijada, el Flaco toma la decisión de su vida. Decide inventarse. Sabe, como el hombre sartreano, que es nada. Pero sabe que esa nada le abre el infinito, la tarea vertiginosa de ser sus posibilidades, de elegirse, de darse el ser. El Flaco, entonces, inventa al Flaco. (Que nadie crea, en este punto, que la referencia a la ontología de Sartre es casual, que surgió porque sí. No, el Flaco es sartreano. Lo es, ante todo, porque tiene que inventarse, elegir, y, eligiéndose, darse el ser. Y también es, el Flaco, sartreano, porque como el Gran Virola francés, el Flaco es el Gran Virola argentino. Se le pianta un ojo. El mismo que al autor de la Crítica de la razón dialéctica, el derecho. Suele creerse que esto es un defecto, una carencia. Pero no, el Virola ve más que el pobre tipo que tiene los dos ojos para el mismo lado. El Virola, con un ojo, ve el Todo. Y con el Otro ve lo que el Todo tiene al Costado. O sea, ve el Todo y su Costado. Que alguien diga si puede ver tanto. Privilegio de pocos ver todo eso, ver el Todo y el Costado. Privilegio de grandes. Como Sartre. Como el Flaco.)
¿En qué momento empieza a inventarse, a crearse, a darse el ser el Flaco? Cuando el Gran Embaucador renuncia. Ahí se pone frente a un micrófono y dice: “Sólo este rostro nos faltaba conocerle: el de la cobardía”. Caramba, qué frase. Algo así no sale del aparato duhaldista. Los aparatos dan muchas cosas. Poder, por ejemplo. Pero no inteligencia, que es, siempre, más que el poder, ya que es su creación y no su mera acumulación burocrática. Después el Flaco va al programa de la Señora que Almuerza. Y la Señora que Almuerza le dice eso tan feo, lo del zurdaje que se viene. Y el Flaco le dice “Señora, por esa frase, murieron treinta mil personas en este país”. Y todos empiezan a decir El Flaco es Zurdo, qué Zurdo es el Flaco, qué Zurdaje se viene, cuánta razón tiene la Señora. Pero el Flaco sigue. Es posible conjeturar, aquí, que el Flaco está acostumbrado a que le digan zurdo.
Ahora es el 25. Y el Flaco hizo venir a cada gente, vea. Gente que, pongamos por caso, si ganaba López Murphy, no venía. Pero ganó el Flaco y vinieron. Fidel, Chávez, Lula, un horror. Una verdadera acumulación de zurdaje. Pero el Flaco los quería tener porque es afecto a los buenos recuerdos y dijo, después, en el discurso, que tenía algunos, algunos buenos recuerdos, el de la plaza del 25 de mayo de 1973, por ejemplo, la de Cámpora, Allende y Dorticós. Y dijo pertenezco a una generación diezmada. Y ahí –los que todavía no se habían dado cuenta, se dieron cuenta para siempre– ¡el Flaco es un Flaco de la Jotapé! El Flaco es un Flaco del setenta. Un Flaco de la izquierda peronista. Y si no, vean esa foto que aparece en los diarios: el Flaco, más flaco que ahora, como declinando en una silla, los brazos cruzados, escucha a dos o tres barbudos, circa 1972, en Río Gallegos, y los dos o tres barbudos son la imagen de la “subversión”, son perucas de izquierda de los más bravos, y por ahí el único que queda de esa foto es el Flaco, que los mira y aprende, y cree que del peronismo puede salir algo así como el socialismo, mirá vos las cosas en que creía el Flaco, si habrá sido joven, si habrá sido gil, creer eso, creer eso en lo que creyó la generación más revolucionaria de la historia de este país, la más castigada, la diezmada, como dijo el Flaco. Creer eso, creer que de un movimiento político con un general nazi a su frente podía salir la lucha de clases y la liberación nacional. Pero hay que comprender: el Flaco, en esos años, no leía a Uki Goñi sino a Fanon, a Cooke, a Jauretche, a Hernández Arregui. Y hasta, me juego, el Flaco leía la revista Envido, la única revista teórica que hizo la izquierda peronista, escrita, desde adentro, por flacos de la misma edad que el flaco, que eran, en ese entonces, tan flacos como él, y tan jóvenes y tan apasionados. Que eran, sin más, la izquierda peronista. Reducida después –por el canallismo ideológico de tantos canallas– a la mera historia de los Montoneros, y luego a la mera historia de Firmenich y Galimberti. Y luego al desprestigio y a la despolitización. Porque todos lloran por los desaparecidos pero olvidan en qué creyeron y por qué.
Y por fin, el domingo, el Flaco gana por goleada. Se come la cancha. Se mete a la gente en el bolsillo. Se hace querer. Se crea sí mismo. Es un flaco como cualquier otro. Cruza hacia el Congreso. Un periodista lo hiere. El Flaco llega al Congreso medio ensangrentado. Jura. Juega con el bastón. Tiene el saco desabrochado. Y ahí está Lula. Y Castro. Y Chávez. Y el Flaco está feliz. Y con un ojo los mira a todos. Y con el otro, con el sartreano, de costadito la mira a Cristina.
Fuente. Página 12 del domingo 31-10-2010
Melan.
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